Tiempos de amor pasteurizado, besos que ni rozan las mejillas y afectos de todo a cien. La calle se llena de enemigos íntimos con amigos invisibles, malabaristas del presupuesto entre nuestro propio debe y su temeroso haber.
El amor hace tiempo que es sólo un eslogan, la familia feliz un buen casting y cualquier tipo de aprecio ya lo encuentras limpio de toda ‘a’. Y a mí, entre tanto mariachi, cada vez me cae mejor la gente que sabe lo que odia y –sobre todo- cómo, cuánto y por qué lo odia.
Supongo que es porque estoy harto de la gente esa flower power que cree que lo importante es amar a todos en todo momento. Si no sabes odiar, cómo quieres que te crea cuando me dices que amas. Las monedas de una sola cara han sido, son y serán siempre falsas, por bonitas que sean.
Tampoco aguanto a los que etiquetan el odio como sentimiento a ocultar, reprimir e incluso aniquilar. Odiar es tan humano y natural como defecar, (no quiero escribir cagar, que queda feo), y por muy desagradables que sean sus resultados, no veo justificado tratar de suprimir actos tan sanos.
Por eso, lo digo con la boca bien grande. El odio hay que sacarlo todo, pero hay que sacarlo bien.
Para empezar, hay que pasarse un buen rato odiándose a uno mismo. Llámalo meditación, oración, iluminación o examen de conciencia, da igual. Pero el odio autoinfringido es algo así como una vacuna, que en su justa dosis es necesaria para el progreso, la protección y la evolución, aunque en exceso podría llegar a resultar letal. O como una lavativa, que ni gusta ni apetece, pero purga que da hasta gusto.
Seguramente no te valga de nada mi experiencia, pero sólo después de odiarme mucho he aprendido cuándo y cómo quererme bien.
Más tarde, hay que provocar ciertos odios y dejarse odiar por algunos. Yo, hay determinada gente que espero francamente que me odie. Si no, igual me podría sentir hasta decepcionado. Hablando del tema, este texto va dedicado a todos los que me odian (aunque te parezca mentira, alguno hay, a que es increíble). Porque jamás lo van a leer. Y a los que sí lo lean, también se lo dedico, por haber hecho algo tan estúpido como perder minutos voluntariamente con alguien al que odias, y por confirmarme así que tienen que seguir perteneciendo a ese selecto grupo.
Por último, siempre he creído que había que odiar un número determinado de cosas. Como mínimo, una por cada persona a la que se ame. De este modo, algo malo también nos abandonará el día en que nos tengamos que despedir de ella. No arregla nada, ni te hace sentir mejor, pero el resto de soluciones tampoco y allí están, escritas por todas partes.
Al final, lo que nos permite amar lo que queremos es lo lejos que nos encontramos de lo que odiamos. Lo que nos sienta mal de lo que nos pasa es lo que mejor nos define. Lo que más nos define, más nos molesta, es más real. Y la realidad, en definitiva, es como cualquier tipo de amor.
Molesta de cojones.
Risto Mejide
2 comentarios:
Oye, pues si que escribe bien en tío este. Tendrás que seguir plagiando sin pudor textos suyos, sin colocar una fuente si quiera, para que pueda seguir leyéndolo.
Pon Risto Mejide en google...y...."bualá"!!XD
Pero es mejor que los leas de mi blog...que yo te los selecciono para que no tengas que perder el tiempo leyendo los malos XD
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